El CEO de Urbincasa, Francisco José Cervantes, en las oficinas de la promotora cartagenera - URBINCASACon más de medio siglo de historia desde que naciera en los 60, Urbincasa ha dejado huella en Cartagena y en buena parte de la costa mediterránea. Y es en la ciudad portuaria, donde sus callejones rezuman historia, pero también nostalgia por lo que pudo ser, Francisco José Cervantes Tous dirige con pulso firme una empresa que no sólo quiere sobrevivir (ya lo hizo) sino dejar su marca. En medio de licencias que se enquistan, solares que languidecen, administraciones que escuchan pero no actúan, y un suelo urbano casi vedado donde la rentabilidad parece un espejismo, Cervantes vislumbra Santa Lucía como el nuevo horizonte: accesible, vital, joven. Esta es la historia de Urbincasa hoy, contada en primera persona, por su CEO.
Francisco José Cervantes Tous se presenta sin galones: "Soy el CEO… que dicen ahora los modernos". Y remata con un principio de gestión que lo define: "Manda más mi gente sobre mí que yo sobre ellos". Para él, la clave es el equipo: "Me he rodeado de buena gente, de muy buena gente. Gente inteligente y creativa, que no tenga miedo a explorar, y tú eres el primero que no puede tener miedo a dejarles explorar".
Su aterrizaje se produjo en 2006, justo cuando “se estaba empezando a ver que se acababa la fiesta”. Lo ficharon “de industria”, acostumbrado a “mirar el céntimo”. Poco después llegó el golpe de Lehman Brothers. Con cientos de viviendas vendidas y bancos que se negaban a financiar a los compradores, Cervantes tiró de maleta: “Me recorrí Europa mesa camilla por mesa camilla. En plena crisis vendimos casi 800 viviendas”. Fue la manera de salvar a Urbincasa mientras otras promotoras desaparecían.
Hoy la promotora emplea unas 45 personas, pero cada obra multiplica el pulso: “En cada promoción puedes tener 100 o 150 trabajadores; en picos, 600 o 700 personas moviéndose”. Compiten “cara a cara” con gigantes como AEDAS, Neinor o TM: “Fondos con capital prácticamente infinito”.
Cartagena, la ciudad de Urbincasa, es para Cervantes “un paraíso imperfecto”. Una ciudad magnífica en historia y belleza, pero lastrada por la falta de infraestructuras, conectividad y servicios. “Toda la costa cartagenera está protegida, el aeropuerto nunca ha despegado y el tren no termina de llegar. Estamos dejando pasar un tren muy, muy grande”.
El centro histórico es la herida abierta. “Parece Beirut en sus peores momentos”. A los restos arqueológicos se suman fachadas protegidas, limitaciones de altura y compensaciones que nunca compensan. “En Cartagena los números siempre salen en rojo”. Aun así, mantienen obra “para sostener estructura y gente”, asumiendo márgenes “de risa, cuando no para llorar”. Y admite: “Nos hemos expandido porque aquí, con estas condiciones, no podríamos sobrevivir”.
La presión tampoco ayuda. “Nos han amenazado con que van a subastar nuestros solares que no hemos puesto en obra”. Reclama incentivos reales, tasas ajustadas, una revisión de alturas y seguridad arqueológica: “No nos gusta jugar a la ruleta. Que excaven antes, no al albur del empresario”. También insiste en la necesidad de transparencia. “Que cualquiera pueda ver por qué mesa va un expediente… si se atasca en la mesa 42, que se sepa”. Reconoce que los técnicos son “gente muy preparada”. “Ha existido una excesiva judicialización de su trabajo” y “esto provoca que se eternicen trámites que deberían ser mucho más ágiles, lo que redundaría en un gran beneficio para todos: ciudadanos, empresas y ciudad”.
El déficit habitacional es otro de sus grandes avisos. “El INE dice que se crean unas 300.000 nuevas familias al año; se piden licencias para 105.000 y los promotores no somos capaces de construir más allá de 60.000”. A esa ecuación se suman costes desbocados: “Entre el 20% y el 25% del precio de una vivienda son impuestos”, los materiales se dispararon tras la guerra de Ucrania y, además, “nadie quiere trabajar en construcción”. La industrialización podría ser una vía, pero aún está lejos: “Seguimos construyendo como los romanos”.
Entre tantas sombras, Cervantes vislumbra un foco de futuro: Santa Lucía. “Creemos mucho en esa zona”, repite convencido. La cercanía al puerto, la universidad y el hospital, junto a la reordenación de la fachada marítima, convierten al barrio en la expansión natural de Cartagena. “La primera fase serán unas 150 viviendas”, con piscina, gimnasio y zonas comunes. El objetivo, asegura, es claro: “Que sean accesibles para la gente joven… estoy pensando en mi hija”. El plan marca salir a la venta en noviembre de 2025 y entregar las primeras llaves entre 2027 y 2028. “Esos tres años les permiten ahorrar la entrada”.
Sobre las peatonalizaciones pide orden: “Primero vida —locales, viviendas, instituciones— y luego peatonalizas”. También alerta del lastre de los grandes suelos: “Son parcelas para 1.500 viviendas… inabordables. Habría que trocear a escalas de 200”. Y sobre el futuro, lanza una mueca amarga: “Por desgracia, todo va a seguir igual”. Sin embargo, no abandona la esperanza. “Cartagena es un paraíso, aunque no seamos conscientes de dónde vivimos”.
Entre risas evita confesar la edad en su última tarta: “Hemos comprado las velas de interrogaciones”. Y vuelve al punto de partida: equipo, método y una convicción obstinada de seguir empujando.
Entre la resignación de “por desgracia, todo va a seguir igual” y la convicción de que Cartagena “es un paraíso”, se mueve Francisco Cervantes. Su relato no es solo el de un empresario, sino el de alguien que ha vivido la crisis, la reconstrucción y los desafíos de un sector que aún busca renovarse. Quizá ahí resida su mensaje: que incluso en los contextos más adversos siempre hay margen para levantar proyectos, abrir horizontes y seguir empujando.





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