El efecto Silvia y su metáfora
Como dijo el maestro Ortega (el filósofo, no el torero), la metáfora es un instrumento que Dios nos dejó escondido en el corazón del ser humano para que pudiéramos explicarnos con más eficiencia. Y soy un amante de su práctica. Últimamente, en mis conferencias y seminarios utilizo una metáfora acerca del concepto del liderazgo y de cómo todos podemos ser líderes en nuestro entorno sin necesidad de raza, estudios, lugar de nacimiento ni sexo que nos haya tocado por azar del destino.
Simplemente por ponernos al servicio de los demás, base fundamental del liderazgo que por paradójico que parezca enseña que su primera premisa es que para mandar hay que servir (gracias Papa Francisco por el ejemplo que a todos nos estás dando).
Tuve la inmensa suerte de conocer a Silvia en mi época universitaria que concluyó con nuestra licenciatura allá en el año 1985. Y hoy, casi 30 años después, explico a mis alumnos como todos los que cursamos en el madrileño CEU San Pablo los estudios de Derecho seguimos unidos gracias a nuestra Silvia. Y por ella, y ayudándome en las palabras de mi maestro M. A. Cornejo, les explico las diferencias entre el jefe y nuestro líder.
Para el jefe, la autoridad es un privilegio de mando; para Silvia, un privilegio de servicio. Siempre pendiente de todos en nuestras peticiones y necesidades.
El jefe existe por el poder; Silvia, por la buena voluntad. Siempre es la primera en ofrecerse en todo.
El jefe inspira miedo, se le teme, se le sonríe de frente y se le critica de espaldas. Silvia inspira confianza, inyecta entusiasmo, envuelve a los demás en aires de espontánea simpatía.
El jefe busca al culpable cuando hay un error. Silvia corrige, pero comprende; reprende, pero enseña con su ejemplo y voluntad de servicio.
El jefe asigna los deberes, Silvia da ejemplo, es congruente con su pensar, decir y hacer.
El jefe hace del trabajo una carga; Silvia un privilegio. Y jamás se le pasa felicitarnos en nuestra onomástica, recomendarnos en nuestro trabajo, alentarnos cuando nos ve decaídos.
El jefe sabe cómo se hacen las cosas; Silvia enseña cómo deben hacerse. Uno no se toma la molestia de señalar caminos; Silvia vive poniendo flechas indicadoras para que alcancemos nuestros objetivos.
El jefe maneja a la gente; Silvia nos prepara con su ejemplo.
El jefe dice “vaya”, Silvia dice “vayamos”, promueve al grupo a través del trabajo en equipo, suscita una adhesión inteligente, reparte responsabilidades, consigue un compromiso real de todos los miembros, motiva permanentemente para que su gente quiera hacer las cosas, y difunde siempre una alegría contagiosa.
El jefe llega a tiempo; Silvia llega adelantada. Hace de la gente ordinaria, gente extraordinaria; nos compromete con una misión que a todos se nos hace agradable de cumplir.
Y además tiene todas las características innatas de un líder sin que yo sepa haya cursado grandes estudios de coaching ni acudido a afamadas universidades americanas.
Paciencia dando ejemplo a los demás.
Afabilidad, prestándonos atención, apreciándonos y animándonos.
Humildad al ser auténtica sin pretensiones ni arrogancia o vanidad.
Respeto tratando a cada uno de los compañeros y amigos como gente importante que son.
Generosidad al esforzarse por detectar y satisfacer las necesidades de los demás, pero no sus deseos.
Indulgencia ya que no conocemos en ella el rencor.
Y honradez pues está libre de engaños y, por nuestra parte, es digna de toda nuestra confianza.
Ese es el efecto Silvia. Pero Silvia no es ninguna metáfora. Como decía Serrat, ella es más verdad que el pan y la tierra. Entre Madrid y Galicia la podrán encontrar. Mire a los habitantes del camino y según la intensidad de su sonrisa acabará de pasar. Gracias Silvia de parte de todos los que te conocemos. Y de parte de los que no te conocen también. Ya nos encargamos tus amigos de enseñar con tu ejemplo.
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Simplemente por ponernos al servicio de los demás, base fundamental del liderazgo que por paradójico que parezca enseña que su primera premisa es que para mandar hay que servir (gracias Papa Francisco por el ejemplo que a todos nos estás dando).
Tuve la inmensa suerte de conocer a Silvia en mi época universitaria que concluyó con nuestra licenciatura allá en el año 1985. Y hoy, casi 30 años después, explico a mis alumnos como todos los que cursamos en el madrileño CEU San Pablo los estudios de Derecho seguimos unidos gracias a nuestra Silvia. Y por ella, y ayudándome en las palabras de mi maestro M. A. Cornejo, les explico las diferencias entre el jefe y nuestro líder.
Para el jefe, la autoridad es un privilegio de mando; para Silvia, un privilegio de servicio. Siempre pendiente de todos en nuestras peticiones y necesidades.
El jefe existe por el poder; Silvia, por la buena voluntad. Siempre es la primera en ofrecerse en todo.
El jefe inspira miedo, se le teme, se le sonríe de frente y se le critica de espaldas. Silvia inspira confianza, inyecta entusiasmo, envuelve a los demás en aires de espontánea simpatía.
El jefe busca al culpable cuando hay un error. Silvia corrige, pero comprende; reprende, pero enseña con su ejemplo y voluntad de servicio.
El jefe asigna los deberes, Silvia da ejemplo, es congruente con su pensar, decir y hacer.
El jefe hace del trabajo una carga; Silvia un privilegio. Y jamás se le pasa felicitarnos en nuestra onomástica, recomendarnos en nuestro trabajo, alentarnos cuando nos ve decaídos.
El jefe sabe cómo se hacen las cosas; Silvia enseña cómo deben hacerse. Uno no se toma la molestia de señalar caminos; Silvia vive poniendo flechas indicadoras para que alcancemos nuestros objetivos.
El jefe maneja a la gente; Silvia nos prepara con su ejemplo.
El jefe dice “vaya”, Silvia dice “vayamos”, promueve al grupo a través del trabajo en equipo, suscita una adhesión inteligente, reparte responsabilidades, consigue un compromiso real de todos los miembros, motiva permanentemente para que su gente quiera hacer las cosas, y difunde siempre una alegría contagiosa.
El jefe llega a tiempo; Silvia llega adelantada. Hace de la gente ordinaria, gente extraordinaria; nos compromete con una misión que a todos se nos hace agradable de cumplir.
Y además tiene todas las características innatas de un líder sin que yo sepa haya cursado grandes estudios de coaching ni acudido a afamadas universidades americanas.
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Afabilidad, prestándonos atención, apreciándonos y animándonos.
Humildad al ser auténtica sin pretensiones ni arrogancia o vanidad.
Respeto tratando a cada uno de los compañeros y amigos como gente importante que son.
Generosidad al esforzarse por detectar y satisfacer las necesidades de los demás, pero no sus deseos.
Indulgencia ya que no conocemos en ella el rencor.
Y honradez pues está libre de engaños y, por nuestra parte, es digna de toda nuestra confianza.
Ese es el efecto Silvia. Pero Silvia no es ninguna metáfora. Como decía Serrat, ella es más verdad que el pan y la tierra. Entre Madrid y Galicia la podrán encontrar. Mire a los habitantes del camino y según la intensidad de su sonrisa acabará de pasar. Gracias Silvia de parte de todos los que te conocemos. Y de parte de los que no te conocen también. Ya nos encargamos tus amigos de enseñar con tu ejemplo.
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